La publicidad de la exposición mostraba la foto ampliada de unos pozos lunares, en realidad, la cara de un ciego que sufría de falsa piel de naranja, un síntoma que más tarde se reconoció como un estadio avanzado en la espiroquiosis. Velado tras unos anteojos enormes de vidrio facetado, el ciego mendigaba con un cartel al cuello. “Las series de Rodríguez capturan su tiempo como un elogio a lo banal, catálogos de relaciones, inventarios extraordinarios, los detritus de existencias invisibles. Su mirada establece un plano que, ni demasiado cerca para interferir ni demasiado lejos para mantenerse ajeno, descubre en su justa distancia el pulso fantasmal de cualquier acontecimiento. El fotógrafo los sondea como paisajes oblicuos, circunstancias de inmovilidad, criptogramas de intensidad intervenidos por los índices del fotógrafo, su sombra, su reflejo, los vellos del brazo. Es la aventura del desasosiego del hombre del siglo XXI”. El Pichi era un poeta. Sus proyectos siempre imponían un ritmo teatral a la imagen fotográfica. Con Ignacio se habían conocido en un curso que dictaba un dinosaurio de las artes fotográficas en el Conservatorio de Artes. El profesor era famoso por unas imágenes de bares prostibularios que le dieron cierto renombre antes de degradarse en el periodismo gráfico. En aquella época se diría que el Pichi era mudo. Ignacio recordaba que se ennovió de inmediato con la única mujer del grupo, una chica con maquillaje gótico y el pelo negro azulado, según ella sin teñir, que caía en un flequillito perfectamente recto sobre sus cejas.
¿Qué pensaría el Pichi de su muestra de los deudos del Luvina? Era un trabajo cortado a su medida. El Pichi siempre disfrutaba de llevar los hechos por delante, tendía a olvidar la voluntad de los otros e imaginar que su propia intervención establecía una lógica. Pero lo admitiera o no, la existencia es una red de afinidades selectivas, algunas correspondencias accesorias y un exceso de implicancias forzosas. Desde ese punto de vista, definir la verdadera relación entre dos acontecimientos era como aquel proverbio del batido de alas de una mariposa en Japón que provoca el ciclón en Acapulco.
Esa fórmula —la duda sobre las causas y las consecuencias, el imperio de las necesidades— resumía bien las razones por las que en definitiva Ignacio aceptó la propuesta de Abogadil. No solamente por el dinero o por darse la revancha de ganar el Lucirte, ni siquiera por vencer al Pichi”.
Durante el incendio de una discoteca mueren setenta y siete personas. Ignacio, un fotógrafo, recibe la misión de retratar a los familiares de las víctimas. Para hacer su trabajo cruza el límite de ser solo un testigo y es arrastrado en la búsqueda de los responsables. La intriga policial de esta novela relaciona poderes económicos con desastres ecológicos y los enfrenta a personas comunes que sólo necesitan la verdad.
Editorial La Pollera. Santiago de Chile, 2018. Novela.
